Montes de Moura

La subida desde Viñoas hasta el monte de "La Picota" es en la mitad de su recorrido, una dura prueba de fortaleza física si no eres un profesional en estas lides, pero luego, cuando casi coronas su cima el espectáculo que contemplas en muchas leguas a la redonda te resarcía de las fatigas pasadas.
Al empezar a caminar por los sendero que te conduce a Moura o a cualquiera de sus barrios, te das cuenta de la grandiosidad de la naturaleza al sumergirte y al estar en una completa simbiosis con ella.
Toda esta inmensa floresta que ahora pertenece a una sola masa forestal, que se extiende en una y otra dirección durante interminables kilómetros hasta tocar con sus ramas las aguas del Río Miño..
Cuando dejas atrás la zona de monte donde predomina el "carpazo" -junto al brezo, la "xesta" y el tojo- y penetras pisando una alfombra de hojas muertas en los cerrados y extensos castañales que sombrean la pista forestal que serpenteante se desliza monte abajo hacia Rucabe y Vilaxusa.. Es como entrar en un mundo nuevo. 
Un mundo lleno de otras percepciones que nos encandilan y nos llenan de gozo el alma, pero que tampoco esta exento de esa ligera aprehensión de penetrar en un reino mágico y desconocido, en el cual, cada tronco de árbol, cada rama, así como las ligeras penumbras del soto bosque -punteadas aquí y allá, por finísimas rayas de luz sobre las cuales bailan incontables partículas de polvo en suspensión, o tal vez sean diminutas hadas meciéndose al compás de una dulce música solo por ellas escuchada- parecen esconder seres mágicos y misteriosos, cuyos ojos espían llenos de curiosidad nuestros pasos..
(Extracto de: Montes de Moura)
Mel Domuro..