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Inspectora Urbana Framil (Prólogo)

Inspectora Urbana Framil  (Prólogo)

Prólogo.


La luna llena iluminaba la tranquila y tibia madrugada de un caluroso mes de Agosto, rielando y reflejándose majestuosa en las verde azuladas aguas del embalse de San Esteban. El cielo, profundamente añil, se veía plagado de brillantes estrellas, que parecían bendecir la tierra con bellas promesas de alegría e ilusiones, dejando sin embargo, al sotobosque en una inquietante y torva penumbra. 
El ulular de la lechuza, resonaba de vez en vez, creando en el entorno un halo inquieto y fascinante, coreado por el croar de las ranas y el monótono canto de los grillos. 
El cabo primero de la guardia civil, Ernesto Mendoza, perteneciente al acuartelamiento de la Cercana población de Luintra, dio una última calada al casi consumido cigarrillo; y luego lo arrojó con seco gesto por encima de las barandillas del pantalán hacia las aguas del pantano. 
Sonrío, al ver como la gastada punta describía una pequeña parábola que iba dejando tenues chispas tras de si, hasta chisporrotear y morir al caer en las tibias y esmeraldas aguas.
Miro hacia su unidad de transporte (Un Nissan Terrano recién estrenado, vestido con los colores e insignias de la Guardia Civil) en cuyo interior, sentado en el asiento del piloto y ante la tranquilidad reinante su joven compañero Andrés Valbuena, se había adormecido.
Se ajustó el pantalón y la pistolera tirando de este hacia arriba, mientras dejaba vagar la mirada por las iluminadas cimas del cañón del rio Sil, observando durante un breve instante el brillante planeta Venus el cual, estaba en ese momento alineado con las pétreas cumbres del farallón de "Pedhome" . 
Todo era distinto - pensó para si mismo.
La misma noche.
El mismo firmamento.
Había tardado en acostumbrase a ver las constelaciones del Norte, ya que nacido en mil novecientos setenta, en santa Rosa de Osos, una ciudad Colombiana, perteneciente al departamento de Antioquia, estaba habituado a los claros cielos del hemisferio sur.
Había emigrado a España siendo un adolescente, junto a sus padres y su pequeña hermana, donde se asentaron e iniciaron una nueva vida. Había cursado. Luego, como otra mucha gente, desengañado y aburrido, cansado de deambular de aquí para allá, de enviar curriculuns y mover contactos durante un largo año en busca de trabajo; había optado como mejor salida: ingresar en el ejercito Español. 
Con este, estuvo en misión humanitaria en Cosovo en 2008, formando parte de la Agrupación Táctica Galicia, donde anudo fuertes lazos con miembros de una unidad de policía militar de la Guardia Civil; por lo que a su regreso y posterior licenciamiento del ejercito, (Ya con nacionalidad Española) solicito y obtuvo plaza en la Academia General Militar. 
Allí arrancó su formación, dos cursos, dos años, logrando ser el numero cinco de su promoción.
Recibido su despacho, tubo dos breves destinos, antes de ser designado a su actual puesto en el tranquilo acuartelamiento de Luintra, capitalidad del Orensano municipio de Nogueira de Ramuin. 
Por concurso oposición, había logrado los galones de cabo, siendo ascendido a cabo primero por méritos propios.
Ernesto Mendoza, a sus treinta y cinco años era un hombre muy activo. De mediana estatura, moreno, robusto pero ágil, deportista nato, y amante de la vida sana, aunque consumía cinco tazas de café y otros tantos cigarrillos diarios; los cuales promediaba a lo largo de su jornada. 
La lechuza ululó nuevamente, sacándolo del breve recogimiento en el que había caído.
La ascendente luna resplandecía en el índigo cielo, bañando las alturas con su lechosa y fría luz mientras seguía sumiendo las profundidades del cañón en una opaca oscuridad.
Después de este ultimo canto, el bosque había quedado sumido en un profundo silencio y el cabo Mendoza, instintivamente, se puso en alerta.
Levo la mano a la pistola, y soltando la trabilla de seguridad, la amartillo suavemente y la mantuvo empuñada sin extraerla de su funda.
El embarcadero seguía silencioso, y un extraño hormigueo que recorrió su nuca, hizo correr un frío escalofrío de aprensión a lo largo de su espalda.
Todo parecía estar como un momento antes. 
Escuchaba el suave murmullo del batir de las aguas contra las pedregosas orillas del embalse, pero tenía el fuerte presentimiento de que alguien o algo los observaba. 
Giró la cabeza hacia el patrullero, y vio como su interior se iluminaba dos veces en rápida sucesión, mientras escuchaba el sonido acolchado de los disparos que acababan con la vida de Andrés, su dormido e infeliz compañero.
Hombre de rápidos reflejos extrajo su arma y abrió fuego tres veces, hacia donde viera los fogonazos del arma enemiga y suponía la posición del asesino.
Un alarido de profundo dolor rasgo la noche, y se percibió la inconfundible caída de un cuerpo abatido.
Rápidamente cambio de posición y se acuclillo, parapetándose en el precario refugio que le podían ofrecer las metálicas barras de la cancilla del pantalán; sin dejar de apuntar con su arma en la dirección en que sonara el doliente berrido.
El sudor empapaba su cuerpo. 
De nuevo sentía correr por sus venas grandes cantidades de adrenalina, que hacían latir su corazón con la fuerza de mil tambores.
El sudor, corría por su espalda, humedecía sus manos y perlaba de frias gotas su enfebrecida frente.
Procuraba no pensar en su compañero, ni en el miserable modo en que había abandonado este mundo.
Estaba feliz de haber abatido a su asesino y eso le daba ánimos de salir con bien de la peligrosa situación en la que se hallaba.
Silencio.
Un silencio mortal en todo el contorno.
El bronco bramido de las armas de fuego, se había expandido y apagado lentamente en las profundidades del cañón del rio Sil, sin llegar a salir de sus negras honduras.
A su mente llegaron vivencias de su estancia en Cosovo.
Vivencias cargadas de tensiones y miedos en un entorno hostil, en el cual detrás de cada ruina, de cada árbol, de cada curva del camino podría surgir un enemigo armado; que acabase con su vida de mil formas diferentes.
Ahora, estaba tranquilo y expectante, aunque muy cabreado consigo mismo, ya que en su ignorancia de que un peligro mortal, tan cierto y real como el que estaba viviendo pudiese producirse, le llevo a dejar su pequeño "walqui" en el salpicadero del coche patrulla.
Sin perder de vista el frente, repaso mentalmente la carga de su pistola, mientras que con la yema de sus dedos, tanteaba instintivamente los tres cargadores de repuesto afianzados a su cinturón, para cerciorarse de que seguían en su sitio. 
Este presencia, lo tranquilizo.
De pronto, le pareció percibir un pequeño movimiento en la parte delantera de la unidad Policial.
Entorno los ojos tratando de escudriñar más a fondo la creciente oscuridad, ya que la luna, incongruentemente, hacia un momento que se había ocultado tras una masa de algodonosas nubes, que amortiguaban la incidente y tenue claridad de esta sobre el planeta.
Por un momento relajo su atención, y se paso el dorso de la mano derecha por la frente.
Esta, sudorosa, empuñaba firmemente la pulida culata de la parabelum, lista para oprimir el gatillo, ante la más mínima situación de peligro para su integridad física.
La luna, emergió de nuevo y a su luz pudo ver una sombra más oscura que las demás, la cual, se desplazaba veloz y huidiza en dirección a la cafetería del embarcadero.
Desde allí -pensó- podía batir su posición a placer desde la amplia terraza que corría paralela a la orilla del embalse.
Imprudentemente se alzo, tratando de encañonar a la evasiva sombra y olvidándose de que podía tener ocultos todavía frente así; a uno o varios enemigos.
Realizo un solo disparo.
Este fue demoledor, para su desconocido y hostil oponente.
La bala acaricio su encorvada espalda e impacto sobre la parte alta de la nuca, la cual se desintegro y salto al aire en un sangriento amasijo de pelo, esquirlas de hueso y masa encefálica. El cuerpo fue arrojado con fuerza contra la aristada esquina del alargado edificio, contra la que se estrello violentamente hundiéndose la parte baja del esternón y rompiéndose dos costillas, las cuales se clavaron profundamente en sus pulmones. 
Quedo allí, grotescamente estampado contra el vértice, como un muñeco roto, mientras su arma se disparaba por efecto del impacto contra el embaldosado suelo; y la bala se perdía aullando rabiosa en la inmensidad de la noche.
Tras su disparo, el esforzado guardia civil vislumbro con su aguda vista periférica, una sombra que emergía sigilosa de la parte posterior del coche patrulla.
Se volvió rápidamente, tratando de encarar y neutralizar el nuevo y mortal peligro que lo amenazaba.
No llego a tiempo.
Su antagonista oprimió el disparador de su arma.
El cabo Mendoza noto dos fuertes golpes en el pecho que lo hicieron trastabillar y los cuales, al instante, mermaron sus fuerzas y se llevaban su vida.
Bajo la mirada, y borrosamente pudo ver como la sangre comenzaba a fluir y manchar la verde y reventada camisa.
Noto el sabor de la sangre en su boca, sufrió un traspiés y la pistola se deslizo de su inerte mano, cayendo y revotando pesadamente en las desgastadas tablas del pantalán, donde su pulida superficie quedo reflejando la tenue luz de la luna
Desarmado, y dominado por nauseas y fuertes dolores, irguió su envarado y lastimado cuerpo, y encaro valientemente a su feroz e implacable verdugo. 
La luz de la luna al incidir en la espalda de este, perfilaba su contorno dejando su corpulenta figura envuelta en sombras. De la pistola que empuñaba, restallo un nuevo fogonazo el cual permitió al moribundo agente vislumbrar en un postrero instante: el innoble rostro de su asesino. 
El fuerte impacto en la frente, lo impuso violentamente hacia atrás. 
No sintió más. 
Su cuerpo muerto basculo por encima de la barandilla, y por última vez las estrellas se reflejaron en sus veladas pupilas, antes de hundirse en las aguas del embalse.. 
Extracto de: Inspectora Urbana Framil..
(Novela)..
Copyright--Mel Domuro.

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