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El Ataúd

El Ataúd

Habían cenado, y hacia un buen rato que el reloj de la torre había desgranado perezosamente las nueve de la noche, cuando el Sr.. Jacobo Gandariña se acerco a la puerta con animo de salir a fumarse un cigarrillo y así, aislarse aun que fuera tan solo por un momento: de la incesante cháchara de la familia.
Abrió la puerta y salió al pequeño corredor, en aquella fría y oscura noche de de finales de Noviembre. Había estado nevando la mayor parte de tarde y las calles presentaban un grueso y blanco manto de nieve. Con dedos trémulos termino de liar un delgado pitillo rezongando entre dientes (Solo Dios sabe que) se puso el pequeño cilindro de papel entre los labios; y saco un chisquero de mecha, del bolsillo del chaleco de pana marrón que vestía bajo su gruesa chaqueta. Deslizo con gesto seco la palma de su mano por la pequeña ruedecilla, tratando de sacar una débil brasa del humilde mechero.
Suavemente, soplo sobre esta para avivarla más. Acerco la punta del pitillo para encenderlo, y fue cuando sus ojos tropezaron con un objeto negro, que se vislumbraba en el centro de la nevada plaza. Olvidando el pitillo entre los labios y lleno de natural curiosidad, comenzó a bajar las anchas escaleras de piedra en dirección a la calle. Hundiendo sus gastados zuecos de madera en la fría nieve y restregándose una mano contra la otra para darles algo de calor, avanzo resueltamente el corto trecho que lo separaba de la plaza.
Se detuvo sorprendido y temeroso. Sus ojos acostumbrados ya a la oscuridad reinante en la plaza, habían podido distinguir una especie de mesa cuadrada con un objeto de forma oblonga encima. Se arrepentía de haber bajado a investigar, sin comentarle nada a su familia, y ahora llamarlos seria un menoscabo a su hombría. De pronto, vio que de forma muy lenta primero y poco a poco ganando intensidad, se habían encendido cuatro puntos de luz. Uno en cada esquina del túmulo. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y el olvidado pitillo callo blanda mente de su boca cuando reconoció a la vacilante luz de cuatro grandes cirios el objeto que estos iluminaban .
Un ataúd, un ataúd tan negro como la noche misma. La luz de los cuatro cirios se reflejaba en su charolada superficie y arrancaba cobrizos reflejos a sus asas de pulido latón. Notando como flaqueaban sus rodillas, y dejando escapar un berrido hasta ahora contenido, salió nuestro hombre en franca estampida; perdiendo en su alocada carrera la boina y un zueco por el camino.
Subió como una exhalación los peldaños de su hogar, sin reparar en que su familia ya estaba toda alarmada en el corredor, mirándole con ojos muy abiertos; sin comprender la razón de tan extraño proceder. Ya en el interior de su hogar, pálido y convulsionado, entre jadeos, toses y temblores nuestro hombre pudo poco a poco: explicar su odisea. Notaba como sus palabras ponían cierto grado de extrañeza y difícil comprensión, tanto en la cara de sus familiares como en la de algunos vecinos, los cuales oyendo tales gritos, habían salido de sus cálidos hogares: temiendo que el mundo se derrumbaba.
Después de múltiples explicaciones, dimes y diretes, un grupo armado reviso palmo a palmo la plaza y sus alrededores. Ni en ella ni en ningún lugar de la pequeña aldea encontraron nada que tuviese relación con la historia contada. Muchos barajaron la hipótesis de una posible broma de los mozos del pueblo, pero pronto quedo descartada, dado que cuando comenzaron la búsqueda por las calles del pueblo y alrededor de la plaza, comprobaron que la nieve que las cubría estaba completamente virgen.
Poco a poco la gente fue volviendo a su casa y las poquísimas luces dejaron de brillar en puertas y ventanas. La nieve comenzó a caer de nuevo. Caía mansamente, y un silencio sepulcral se fue adueñando de las solitarias y silenciosas calles. Este silencio, solo de cuando en cuando, era roto por el solitario y lastimero aullido de un perro.
Dos semanas después de este extraño suceso, el Sr.. Jacobo Gandariña, recibía la noticia de la muerte de su único hijo varón, en una de las batalla por la toma de Madrid ...
Mel Domuro..
                                                                  ***
Declaro bajo juramento que todo lo que subo a este blog es de mi autoría y soy dueño de todos los derechos,,, excepto los que manifiesto ser de otro autor.

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