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ULTIMO TREN A MENPHIS

ULTIMO TREN A MENPHIS

Son las tres de la madrugada, en el viejo reloj de la estación.
Paseo por el solitario anden, en espera de poder abordar ese tren que parece no llegar jamás. 
Un anden, tan solitario y vació como mi propia alma.
Mis pasos resuenan secamente en el piso de hormigón, mientras paseo arriba y abajo con el corazón latiendo apresurado en mi pecho, y una gélida frialdad me oprime el vientre con la fuerza y voracidad de una fiera. Esta desagradable situación me produce involuntarios espasmos, cuyos reflujos dejan un acido y amargo regusto en mi garganta.
Miro la solitaria vía cuyas gemelas filas de brillantes raíles, se extienden por el solitario páramo bajo la luz de la creciente luna, hasta más allá de donde me alcanza la vista.
Con una amarga sonrisa dibujada en mi cara, tiro la consumida colilla de mi cigarrillo al suelo, y desplazo mi mano hacia el bolsillo superior de mi cazadora en busca de la cajetilla de Ducados.
Extraigo uno, y colgándolo de mis labios lo enciendo al momento, mientras protejo la vacilante y mortecina llama en el hueco de mi mano.
Dejo que esta se consuma lentamente, y la arrojo al suelo al notar la mordida de su llama en las yemas de mis dedos, mientras expelo una profunda bocanada de azulado humo hacia el alto y abovedado techo.
Por encima del grueso muro de ladrillo que cierra el perímetro de la estación, me llega el fragor del trafico que en esos momentos circula por la cercana autopista. 
Pienso en ti.
Te añoro, mientras espero ese tren que juntos tomamos otras veces.
Con alegría.
Entre risas, bromas y caricias.
Coma dos adolescentes en salvaje celo.
Siempre el mismo vagón.
Casi los mismos asientos.
Y hoy no estas.
Hoy lo tomare solo.
Siento que se acerca.
Y miro hacia la distancia.
Veo la potente luz de sus faros, rompiendo la lechosa claridad de la luna, mientras bajo el poder de su aproximación vibran quedamente los acerados rieles.
El maquinista reduce progresivamente la velocidad antes del cambio de vías, y con un largo pitido anuncia su entrada en el anden.
Antes de abordarlo, con un pie en el estribo, miro por encima del anciano jefe de estación hacia la amplia y luminosa entrada acristalada.
Este, como si comprendiese mi pesar, fija en mi sus cansados y adormilados ojos y me dedica una cálida y amable sonrisa de circunstancias.
Se lo agradezco con una leve inclinación de cabeza.
Luego, pesaroso, sin volver la vista atrás, penetro en el acogedor interior del largo convoy pensando que quizás este sea: MI ULTIMO TREN A MENPHIS..
(Extracto de: Un tren a ninguna parte..
Copyringh: Mel Domuro.

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