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El sargento templario.

                                                            

El centinela Nuño da Aspera, murió sin darse cuenta de que moría. Apoyado de espaldas contra el alto parapeto no se percato de las siniestras sombras que como lapas se pegaban a las almenas. Una de estas, ágil como un gato, paso su mano izquierda por delante de su cara tapándole fuertemente la boca para evitar un posible grito de alarma. El infeliz vigía despertó bruscamente un segundo antes de que una afilada daga -rasgando el aire con un rapidísimo cabrillear de la luz de la luna sobre su frio acero- se enterrara por tres veces consecutivas en su pecho; partiéndole el corazón en otros tantos pedazos. Soltó un leve gañido que salió ya sin fuerza por entre los apretados dedos de su verdugo, mientras su ya flácido cuerpo colgaba inerte de los brazos de este.
Unos instantes permaneció el intruso en esta posición, con la ensangrentada daga fuertemente empuñada, Decidido y atento a repeler al instante el menor signo de peligro que pudiera producirse, tanto para su persona como para las otras dos que ocultos en la sombra lo apoyaban. 
Su vista fue examinando atenta y pacientemente las almenas, pasando de estas a la cerrada puerta del pequeño cuerpo de guardia, la cual dejaba escapar una blanquecina y difusa luz por entre sus mal ensamblados tablones. Nada se oía o se movía en su interior, por lo que dejo de prestarle atención al momento.
Solo el silencio y la ligera brisa, arrullaban las sombras de la noche..
Desde algún lugar indeterminado situado dos pisos por debajo de su posición, llego el sonido de una cascada carcajada, que pronto se convirtió en una desagradable y fuerte tos, que nada bueno auguraba para la salud de su propietario. Se oyó el sonido de un fuerte carraspeo y luego alguien libero sus conductos bronquiales, escupiendo por el pequeño ventanal una gran flema que se perdió en la oscuridad de la noche. 
Del empedrado y dormido patio de armas situado quince metros más abajo, no llegaba ahora sonido alguno. Solo de tarde en tarde el ladrido de un perro o el nervioso piafar de un caballo en el oscuro establo, rompían la placida quietud de la noche.
Con precaución, giro el cuerpo muerto hacia atrás realizando unas extrañas y calculadas contorsiones como si ejecutara con el una macabra danza. Se lo entrego a sus acompañantes, los cuales, pasando el lazo de una larga cuerda por debajo de sus brazos, lo fueron deslizando muralla abajo con infinitas precaucione. Tenían que esconder el cuerpo, y allá abajo, ocultos entre las sombras que se proyectaban al pie de la muralla había quien se encargaría fehacientemente de este cometido.
Mientras tanto, sesenta pasos más allá, Rui Freire de Armengoa, el joven oficial de guardia en la muralla aquella noche, se puso a orinar desde lo alto del almenado muro recreándose en que su abundante micción, dibujara un amplio y vistoso arco antes de irse a mezclar con la sucia y hedionda agua del foso..
(Extracto de: El Sargento Templario..
Mel Domuro..
Copyright foto- https://ar.pinterest.com/adl12003/
 

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